Ellos
accedieron y le dieron el dinero que necesitaba para ir a estudiar en la
universidad, pero de hecho nunca fue a la universidad. Poco a poco se fue gastando
todo el dinero que sus padres le dieron. Hasta que se quedó sin nada.
Entonces
empezó a pedir para poder vivir, dormía en la calle, pasaba hambre y no vivía
tranquilo, tenía miedo que alguien de su
pueblo pudiera verle mal vestido y hambriento.
Entró
un día en un restaurante para ofrecerse como limpia platos pero al verlo
tan mal vestido no le dieron trabajo.
Cuando
tenía dinero no le faltaban amigos y ahora que no tenía nada se encontraba
totalmente solo.
A veces recordaba a sus padres, a sus hermanos.
En casa todos los días en la mesa había comida en abundancia y ahora él estaba
pasando hambre. Pero él se había olvidado de todos ellos cuando llegó a la
ciudad. Nunca les había mandado una carta ni les había llamado por teléfono.
Un
día se le ocurrió escribirles una carta a sus padres, les diría como vivía.
Pero seguro que no le perdonarían, pensaba.
Un
día el padre de Manolo volvía rendido del campo, era mayor y los años le
pesaban. Su mujer en la cocina preparaba la mesa, al rato llegaros sus hijos a
casa.
El
cartero había llegado por la mañana y les había dejado una carta. El padre
después de lavarse las manos se sentó junto a la mesa y miró la carta la abrió
y empezó a leerla. Pero pronto se le llenaron los ojos de lágrimas. Llamó a su
mujer. Los hijos también fueron, estaban
todos
Manolo,
el padre, le dijo a su hijo Cristián que leyera
la carta en voz carta alta:
.
“Queridos padres y hermanos os pido
perdón por todos los disgustos que os he dado, por el olvido que he tenido
hacia vosotros, por no haber cumplido ni un solo día con mi obligación de
estudiante, por haber malgastado todo el dinero que me distéis. Estoy enfermo,
sin dinero y nadie cree en mi”
“Si vosotros me perdonáis y estáis
dispuestos a acogerme poned un pañuelo blanco en el árbol que hay entre la casa y la vía del tres. Yo pasaré la
víspera de Navidad en el tren. Si veo el pañuelo en el árbol bajaré e iré a casa. Si no, lo entenderé como que no me perdonáis y
continuaré el viaje”.
A
medida que el tren se acercaba a su pueblo Manolo se ponía nervioso ¿Estará
colgado el pañuelo? ¿Le perdonarán sus padres y hermanos? Al paso del tren Manolo se dio cuenta que
todo el árbol estaba lleno de pañuelos blancos que su familia había puesto. Tantos
pañuelos como hojas. Manolo agarró su mochila y bajó rápido. En el andén
estaban todos sus familiares.
Aquella
Navidad fue muy diferente, en el corazón
de cada uno de ellos. Habían sabido perdonar y recuperar al hijo perdido.