Señor
Jesús hoy quiero felicitarte: Muchas felicidades, muchísimas felicidades por tu
gran triunfo: has resucitado.
En
las olimpiadas de la vida has conseguido la gran medalla de oro.
Has
batido todos los records.
Ahora,
después de haber cumplido a misión que el Padre te había encomendado, estás
reinando, saboreando la misión cumplida.
La
vida ha triunfado, Dios Padre te ha resucitado.
Ahí
está la piedra fundamental de nuestra fe
El
caso es que lo pasaste mal, muy mal por eso le dijiste a Dios Padre:” Padre si es posible que pase de mi este cáliz,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya”
Tan
mal estabas que llegaste a decirle a Dios Padre “Dios mí, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”.
Y
esa victoria tuya nos la entregas a nosotros, nos haces partícipes de tu
triunfo: porque Tú resucitaste nosotros también resucitaremos; porque tú
venciste al pecado, nosotros también lo venceremos.
En
la cruz que tengo en mi casa y que miro con frecuencia, en la cruz que hago
sobre mi pecho, en la cruz que es el signo de los cristianos entregaste tu
vida.
En
ella te miro y en ella me miro.
Todos:
los romanos, sumos sacerdotes, pueblo de Jerusalén, Pilatos, Anás y Caifás,
Judas, los apóstoles… todos te clavaron en la cruz, y nosotros también.
Dios
crucificado por los hombres ¡Qué barbaridad!
Perdón,
Señor Jesús, por tanta maldad, por tanta cobardía.
Al
final de tu vida, rodeado del frío del odio, sientes el calor de la compañía de
unos pocos: unas mujeres y unos hombres.
Son
los valientes, los que se juegan el tipo, siendo bien sencillos. Siempre hay
gente de esa raza, ahora también.
Ahora,
hoy en ese clavario de la guerra, del hambre, de la emigración, de las
injusticias siempre hay algunas o muchas personas que son consuelo y que dan
calor en el frío invierno del sufrimiento.
Gracias,
Señor Jesús, por estas personas valientes, fieles hasta el final.
Gracias
por tantos anónimos que salvan vidas y siembran esperanza.
Tú
resucitaste y te mostraste a los tuyos que poco a poco fueron tomando
conciencia que el crucificado había resucitado.
Fue
preciso que el Espíritu Santo les iluminase su entendimiento para que llegasen
a comprender toda la verdad de tu vida.
Hasta
que Pedro, el jefe de los doce y que te negó por tres veces, reunido con los
tuyos proclama delante de todos solemnemente: “Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de a muerte,
pues era imposible que esta le retuviera en su poder.
Una
vez más, Señor Jesús, muchas felicidades.