EL ABUELO Y EL NIETO



Érase una vez un hombre muy anciano al que los ojos se le habían vuelto turbios, sordos los oídos y las rodillas le temblaban. Vivía con la familia de su único hijo.
A la hora de comer siempre derramaba algo de comida sobre el mantel, ya que casi no podía sostener la cuchara. Su hijo y su nuera no soportaban esta situación y decidieron trasladarlo fuera de la mesa para que comiera solo. Le hicieron sentarse en un rincón detrás de la estufa.
Un día, cuando estaban comiendo, el nieto pequeño, de cuatro años, comenzó a cargar tablitas y a dejarlas en el suelo, cerca de la estufa.
-      ¿Qué haces?, le preguntó el padre
-      Voy a hacer un comedor - respondió el niño –para que coman el papá y la mamá cuando yo sea grande.
Entonces el padre y la madre se miraron un rato, comenzaron finalmente a llorar y se apresuraron a acercar al abuelo a la mesa. Desde entonces siempre comieron juntos y ya nunca volvieron a decir nada si, alguna vez, derramaba un poco de comida sobre la mesa. (Cuento de  los hermanos Grimm)

UNIDOS AL PAPA FRANCISCO Y A LOS JOVENES


Acordémonos del Papa Francisco y de los muchísimos jóvenes que se han congregado en Polonia:
Que esa experiencia sea muy positiva para todos ellos y que carguen sus mochilas de alegría y de esperanza para entre todos trabajar por un mundo más humano, más de todos, más pacífico, más justo. Así sea.

FELICES VACACIONES



Son bastantes las personas, las familias del pueblo que a lo largo del mes de agosto van a disfrutar de unos días de vacaciones. Habrá quienes cambiarán de lugar, otros se quedarán en el pueblo, de todo habrá Que a todos ellos les sean estas vacaciones muy provechosas allá donde estén. Que descansen y que aprovechen estos días de vacaciones para intensificar los lazos familiares. Felices vacaciones a todos los que las vayan a tener. No se olviden tampoco de darle algún pequeño espacio de tiempo a Dios, creo yo que se lo merece.

SUCEDIÓ EN UNA UNIVERSIDAD DE EUROPA



En el comedor una alumna rubia coge su bandeja del autoservicio y se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida piensa que quizás “el negro” no tenga dinero suficiente para pagar la comida. De modo que decide sentarse frente al chico y sonreírle. A lo cual el chico contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la rubia comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad.
Así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan del mismo plato de estofado hasta acabarlo, y uno da la cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello entre múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Al acabar la comida, la rubia se levanta a buscar un café. Entonces descubre en la mesa vecina, detrás de ella, su abrigo sobre el respaldo de una silla y su bandeja de comida intacta.