Las huellas de Dios:




El Presidente de Estados Unidos, Lincoln, estaba mirando las estrellas, en una noche espléndida, de esas que parecen día.
En una conversación, dijo Lincoln a su colaborador: “Comprendo que haya un ateo porque sólo mira a la tierra. Pero no puedo concebir cómo se puede mirar al cielo y negar la existencia de Dios”.
La infancia de este General fue muy dura. Nació en una familia pobre en una cabaña de leñador. Pero Dios le dio una inteligencia fuera de lo normal. Y le dio, sobre todo, “el menos común de los sentidos”, el sentido común.

Miramos demasiado a la tierra. Necesitamos mirar más al cielo
San Pablo nos dice:
“Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra” ( Col 3, 1)
Que el Señor nos conceda su gracia para saber descubrir sus huellas.

DIOS y el dinero



El cardenal Wiseman recibió un día la visita de un amigo.
Charlaron largo rato sobre la religión: Dios y  la moral católica. El amigo, un hombre muy rico y apegado al dinero, no acababa de comprender.

El cardenal escribió una palabra en un papel y la tapó con un billete de 20 dólares. Luego preguntó a su amigo:
 
-      ¿Qué ves aquí?
-      Veo un billete de 20 dólares.
-      ¿No ves nada más?
-      Wiseman quitó el billete y preguntó de nuevo:
-      Y ahora ¿qué ves?
-      Veo la palabra DIOS.
-      Entonces ¿qué es lo que te impide ver a Dios?

Cuando en la vida se pone en primer lugar el dinero o cualquier otro bien material, no se puede ver a Dios. Eso se convierte en un ídolo y oculta al Señor: “Nadie puede servir a la vez a dos señores” (Mt 6, 24).

¿Qué me impide a mi ver a Dios?

El Cielo



 Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que había abandonado este mundo y prosiguió su camino con sus dos animales.

La carretera era muy larga. El sol era intenso y ellos estaban sudados y sedientos.
En una curva del camino vieron un magnífico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba dicha entrada: ”Buenos días” y este le respondió: “Buenos días”,
- ¿Cómo se llama este lugar? Y le respondió el portero. “Es el cielo”
- ¡Qué bien que hayamos llegado al cielo! Estamos sedientos.
- Vd. puede entrar y beber tanta agua como quiera.
Fue a beber con el caballo y el perro. Pero el portero le dijo: “Lo siento, pero aquí no se permite la entrada a los animales”.
El hombre se levantó con gran disgusto, no pensaba beber sólo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante. Después de caminar un buen rato llegan a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado con la cabeza cubierta por un sombrero, posiblemente dormía.
- “Buenos días, dijo el caminante.” El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
- “Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.”
- Hay una fuente entre aquellas rocas, dijo el hombre indicando el lugar. Podéis beber toda el agua que queráis.
El hombre el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar gracias al guardián que les e dijo: “Podéis volver siempre que queráis”
- A propósito ¿cómo se llama este lugar, preguntó el caminante?
- CIELO.
¿El cielo? Pero … si el guarda del portal de mármol me ha dicho que aquello es el cielo?.
- Aquello no es el cielo. Era el infierno, contestó el guardián.
El caminante quedó perplejo y le dijo: “Deberíais prohibir utilizar vuestro nombre. Esta información falsa debe provocar grandes confusiones, advirtió el caminante.
- De ninguna manera, increpó el hombre. En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos. / Paulo Coello

EN MEDIO DE LA CRISIS




No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y el viento, la figura de la Iglesia actual, amenazada por toda clase de fuerzas adversas. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?
Según el evangelista, “Jesús se acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.
Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis.
Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. 
Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.
No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”.
¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?
Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo. (Pagola)