Dios no mandó su Hijo al mundo para condenarlo



En tu vida, Señor Jesús, está más claro que el agua tu voluntad salvífica.
Tú salvaste a Lázaro, al paralítico, al ciego de Jericó, a tus apóstoles… 
¡Cuántas veces dijiste: “Tu fe te ha salvado,… vete en paz, yo tampoco te condeno”  Hubo quienes querían que Tú, Señor Jesús, condenases.
Hubo quienes querían que mostrases la mano dura del castigo de Dios.
Pero Tú habías venido a salvar  y no a condenar. Gracias Dios Padre porque como dices:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”
Esta es la finalidad de la presencia de Jesús entre nosotros:
“Dios no mandó a su Hijo a mundo para condenar el mundo, sino para que el mundo se salve.”
Todo esto lo he de saber leer cuando te veo crucificado.
Gracias, Dios; Padre nuestro, porque tu plan es salvador, liberador, bienhechor para la humanidad, para cada uno de nosotros.
Y todo estos nos está diciendo que nosotros, continuadores de tu obra, tenemos la misma misión: ser salvadores.
Como Jesús estamos llamados a salvar, a liberar…
Estamos llamados a facilitar la vida nueva que Tú, Señor Jesús, nos ofreces.
Ayúdanos a ser liberadores, a facilitar la salvación que Tú ofreces a todas las personas. No estamos, como Jesús, para condenar el mundo, sino para salvarlo por medio de Jesús.
¿Qué es lo que este planteamiento supone en concreto para mi vida, para la vida de nuestros grupos, para la vida de la Iglesia?
Hoy me quedo  con la imagen de la cruz que es el gran signo del amor misericordioso de Dios para la humanidad.
Señor Jesús, que la cruz, tu cruz sea un estímulo para mi vida.
Que sepa morir por los demás, que  muera a mi voluntad… para dar vida, para que muchos se salven, vivan como Hijos de Dios y hermanos unos de otros.
¡Oh cruz fiel, árbol único de nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos!
Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en la certeza!