(Domingo, 30 de enero de 2011)
ORAMOS Y CANTAMOS JUNTOS.
Los que acudimos a la Eucaristía, como bautizados, formamos la familia cristiana y somos invitados a celebrar los dones de Dios: su Palabra, su Eucaristía. A veces escuchamos, como en las lecturas o en la homilía. Otras veces somos invitados a ir procesionalmente hacia el altar y participar de la comunión del Cuerpo y Sangre de Jesús, el Señor Resucitado.
Hay varios momentos en la misa en que lo que hacemos es rezar y cantar juntos. Y es una de las cosas más expresivas de nuestra fe. A lo largo del día podemos rezar personalmente, por nuestra cuenta, alabando a Dios o implorando su ayuda. Aquí oramos todos juntos.
Aunque se puede decir que toda la misa es oración, nuestra plegaria es particularmente expresiva:
·         Cuando pedimos perdón a Dios al principio de la misa,
·         Cuando entonamos su alabanza en el Gloria,
·         Cuando intercedemos por el mundo en la oración universal,
·         Y cuando todos juntos recitamos o cantamos la oración que nos enseñó Jesús, el Padrenuestro.
SEÑOR, TEN PIEDAD
Empezamos pidiendo perdón.
Al comienzo de la misa somos invitados a reconocer sinceramente en presencio de Dios nuestras faltas y pedirle su perdón y su ayuda.
Es como pedir permiso para entrar en la Eucaristía. Es como, antes de llenar el vaso del nuevo vino de Dios –la doble mesa de su Palabra y su Eucaristía- vaciarlo del viejo, que son nuestras debilidades.
En el acto penitencial reconocemos que somos pecadores. Decimos humildemente: “por mi culpa, por mi culpa…”. Esto nos prepara par escuchar con más fruto la Palabra y para celebrar mejor la Eucaristía. El que se cree santo, no pide perdón. El que se siente rico, no pide nada. El que lo sabe todo, no pregunta ni escucha.
Es una buena manera de comenzar la misa: hacer como una “confesión general” ante Dios y ante nuestros hermanos, y a la vez manifestar nuestra confianza en Dios y aclamar a Cristo Jesús: “Tú que has venido a llamar a los pecadores, Señor, ten piedad; tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos, Cristo, ten piedad”.

Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mi ante Dios nuestro Señor.

GLORIA A DIOS EN EL CIELO
Entonamos nuestra alabanza a Dios Trino
Los cristianos sabemos alabar a Dios. Este es uno de los himnos más antiguos y venerables de los cristianos:
Gloria a Dios en el cielo,
Y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
·         Sus primeras palabras ya las pone Lucas en boca de los ángeles la noche del nacimiento de Jesús, en Belén. ¿Qué mejor se puede desear: en el cielo, gloria a Dios, y en la tierra, paz a los hombres?
·         Alabamos con entusiasmo a Dios Padre: “te alabamos, te bendecimos, te damos gracias…): nos sentimos hijos y creyentes, y no nos cansamos de alabar a Dios “por su inmensa gloria”.
·         Entonamos después las alabanzas a Cristo Jesús; acumulamos títulos como “Señor, Hijo único, Señor Dios, Cordero de Dios”, nombres que nos recuerdan su victoria pascual; a las alabanzas siguen nuestras súplicas: “tú que quitas el pecado del mundo… tú que estás sentado a la derecha del Padre… ten piedad de nosotros”; para añadir todavía más alabanzas: “sólo tu eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo”.
·         Todo concluye con una doxología, una alabanza final, breve y densa:
“Jesucristo, con el Espíritu Santo,
En la gloria de Dios Padre, Amén”.

En la misa decimos o cantamos este himno en comunidad. No estaría mal que también lo convirtiéramos en oración personal: es un buen modelo de oración cristiana, tanto de alabanza como de súplica.


TE ROGAMOS, OYENOS.
Intercedemos por los demás.
Hay un momento en la misa en que elevamos a Dios nuestra oración por los demás; por la Iglesia, por los gobernantes y la paz de las naciones y, sobre todo, por los que sufren cualquier necesidad.
San Pablo recomendaba que se hiciera esta oración: “que se hagan súplicas y plegarias por todos los hombres, por los reyes y por los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad” (1 Timoteo 2,1-2).

La oración de los fieles u oración universal es una oración en la que ejercitamos con elegancia espiritual nuestro sacerdocio bautismal. Todos los cristianos somos pueblo sacerdotal. Ser sacerdotes significa ser mediadores, hacer de puente, interceder por otros ante Dios: “te lo pedimos, Señor… te rogamos, óyenos”. Intercedemos por la paz y por la justicia y por los que sufren y por los acontecimientos de la vida social y eclesial. “Oramos nuestra vida”, poniéndola humildemente en la presencia de Dios.
Es bueno que pidamos por nosotros mismo. Pero en este momento nos acordamos de pedir por los demás: es oración sacerdotal, en la que nos unimos al sacerdocio del mismo Cristo.

PADRE NUESTRO.
La oración de los hijos y los hermanos.
Antes de ir a comulgar, se nos invita en la misa a recitar una de las oraciones que los cristianos decimos con más gozo: la oración que nos enseño el mismo Jesús. Ahora –desde 1988- la decimos, además en una única traducción los más de trescientos millones de cristianos que invocamos a Dios en castellano.
Es oración de hijos,
·         Que llaman a Dios “Padre nuestro, que estás en el cielo”
·         Y desean que sea santificado su nombre,
·         Y que venga su Reino: los cielos nuevos y la tierra nueva,
·         Y que se cumpla su voluntad, que es voluntad de salvación.

Es oración de personas que necesitan a Dios, porque son débiles:
·         “Danos hoy nuestro pan de cada día”
·         “Perdona nuestras ofensas”
·         “No nos dejes caer en la tentación,”
·         “Líbranos del mal”.

Es oración de hermanos, hijos todos de un mismo Padre:
·         Padre “nuestro”
·         “Perdónanos como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Los cristianos sabemos orar,
§  Pidiendo perdón a Dios,
§  Alabándole con entusiasmo
§  Intercediendo por todo el mundo
§  Y diciendo la oración de los hijos, el Padrenuestro.