¿POR QUÉ VOY A MISA LOS DOMINGOS?

Sería fácil contestar que porque he ido toda mi vida. De pequeña y de joven con mis padres, de mayor con mi marido y mis hijas hasta que se han independizado.
Lorenzo y yo siempre hemos considerado la misa como el acto religioso más importante que hacíamos o hacemos en familia.

No ha sido por rutina, nos gusta, me ha gustado ir siempre a misa los domingos a la parroquia o a alguna iglesia cercana. Las misas en grupos pequeños pueden estar más preparadas, ser más íntimas, pero la misa en una iglesia grande en la que no conoces a la mayoría de los asistentes tiene y ha tenido siempre para mí un atractivo especial. Me gusta encontrarme con personas muchas de las cuales no  conozco, diciendo juntas las mismas oraciones y participando de la comunión.
Me gusta que haya gente de todo tipo: joven, mayor, acomodada y sencilla. Me gusta  pensar que a todos nos congrega allí el recuerdo del Señor que en aquella última cena partió el pan y lo repartió a los que estaban allí con Él: “Haced esto en conmemoración mía”. Quizás a los que tengo a mi lado en la iglesia no los volveré a ver o quizás los encontraré  la próxima semana, pero hemos estado allí juntos en el día del Señor, haciendo lo que Él nos dijo que hiciésemos. Como desde hace dos mil años hemos hecho todos los que creemos en Jesús.
A raíz del Vaticano II en la celebración de la Eucaristía hay más participación, mayor conciencia de lo que se está haciendo, mayor comunión.
La misa es una pausa, una hora en la que nos detenemos, una vez a la semana, en nuestra vida, siempre atareada y distraída.
Allí es donde oímos la palabra de Dios.
Es el acto de comunión que vivimos, es la forma de unirnos con todos los demás cristianos de todo el mundo que en el mismo día se reúnen para recordar, para revivir, la última cena.
Siempre pienso que cualquier padre, cualquier madre, sabiendo que se va a morir, querría quedarse con sus hijos, no dejarlos solos. Y es éste el sentimiento que tendría Jesús aquella noche antes de ser detenido y crucificado. Fijémonos en las palabras que dirige aquella noche a los apóstoles: “hijos, me voy y durante un tiempo no me veréis” “Hijos míos, ¡cuánto he deseado comer esta comida pascual con vosotros antes de la pasión!” “Amaos, amaos como yo os he amado” “No os dejaré solos” Y ya en un acto de infinita ternura toma el pan y lo parte y se lo da y les dice: “Este es mi cuerpo” “esta es mi sangre”. “Haced esto en memoria mía”. En recuerdo mío, se va pero quiere estar presente para siempre entre los que le aman, entre los que Él ama. Y nos invita a todos en torno a la mesa.


La misa es, en esencia, a mí entender, recordar este hecho. Escuchar sus palabras, ofrecerle lo que somos, darle gracias, pedirle perdón, presentarnos desnudos y agobiados con nuestros mil problemas cotidianos. Y él viene entonces a nosotros como alimento para darnos fuerza para vivir, y fortalecer nuestra esperanza”
(Rosario Bofia. Directora de las revistas “El ciervo” y “Foc Nou”