La sordera voluntaria



El famoso naturalista sueco Linneo hablaba con un amigo en una calle muy transitada y ruidosa de la ciudad,
Como  no lograba convencer  a su amigo, le preguntó
-     ¿Qué es lo que nunca se escapa al oído del hombre, ni siquiera en medio de las  distracciones y de los mayores ruidos?
Mientras el amigo pensaba la respuesta, Linneo dejó caer sobre el empedrado una moneda de plata. Automáticamente varios transeúntes se detuvieron mirando hacia el lugar de donde procedía el ruido metálico.
-     ¿Ves? –dijo Linneo- Lo que el hombre quiere y busca, eso es lo que el hombre oye siempre.

Y lo mismo ocurre con el corazón; se ve, lo que se quiere ver y se encuentra con lo que de verdad  se busca.

Las huellas de Dios:




El Presidente de Estados Unidos, Lincoln, estaba mirando las estrellas, en una noche espléndida, de esas que parecen día.
En una conversación, dijo Lincoln a su colaborador: “Comprendo que haya un ateo porque sólo mira a la tierra. Pero no puedo concebir cómo se puede mirar al cielo y negar la existencia de Dios”.
La infancia de este General fue muy dura. Nació en una familia pobre en una cabaña de leñador. Pero Dios le dio una inteligencia fuera de lo normal. Y le dio, sobre todo, “el menos común de los sentidos”, el sentido común.

Miramos demasiado a la tierra. Necesitamos mirar más al cielo
San Pablo nos dice:
“Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra” ( Col 3, 1)
Que el Señor nos conceda su gracia para saber descubrir sus huellas.

DIOS y el dinero



El cardenal Wiseman recibió un día la visita de un amigo.
Charlaron largo rato sobre la religión: Dios y  la moral católica. El amigo, un hombre muy rico y apegado al dinero, no acababa de comprender.

El cardenal escribió una palabra en un papel y la tapó con un billete de 20 dólares. Luego preguntó a su amigo:
 
-      ¿Qué ves aquí?
-      Veo un billete de 20 dólares.
-      ¿No ves nada más?
-      Wiseman quitó el billete y preguntó de nuevo:
-      Y ahora ¿qué ves?
-      Veo la palabra DIOS.
-      Entonces ¿qué es lo que te impide ver a Dios?

Cuando en la vida se pone en primer lugar el dinero o cualquier otro bien material, no se puede ver a Dios. Eso se convierte en un ídolo y oculta al Señor: “Nadie puede servir a la vez a dos señores” (Mt 6, 24).

¿Qué me impide a mi ver a Dios?

El Cielo



 Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que había abandonado este mundo y prosiguió su camino con sus dos animales.

La carretera era muy larga. El sol era intenso y ellos estaban sudados y sedientos.
En una curva del camino vieron un magnífico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba dicha entrada: ”Buenos días” y este le respondió: “Buenos días”,
- ¿Cómo se llama este lugar? Y le respondió el portero. “Es el cielo”
- ¡Qué bien que hayamos llegado al cielo! Estamos sedientos.
- Vd. puede entrar y beber tanta agua como quiera.
Fue a beber con el caballo y el perro. Pero el portero le dijo: “Lo siento, pero aquí no se permite la entrada a los animales”.
El hombre se levantó con gran disgusto, no pensaba beber sólo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante. Después de caminar un buen rato llegan a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado con la cabeza cubierta por un sombrero, posiblemente dormía.
- “Buenos días, dijo el caminante.” El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
- “Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.”
- Hay una fuente entre aquellas rocas, dijo el hombre indicando el lugar. Podéis beber toda el agua que queráis.
El hombre el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar gracias al guardián que les e dijo: “Podéis volver siempre que queráis”
- A propósito ¿cómo se llama este lugar, preguntó el caminante?
- CIELO.
¿El cielo? Pero … si el guarda del portal de mármol me ha dicho que aquello es el cielo?.
- Aquello no es el cielo. Era el infierno, contestó el guardián.
El caminante quedó perplejo y le dijo: “Deberíais prohibir utilizar vuestro nombre. Esta información falsa debe provocar grandes confusiones, advirtió el caminante.
- De ninguna manera, increpó el hombre. En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos. / Paulo Coello