Palabras del Sr.
Obispo Dn Casimiro
“La eutanasia es siempre una forma de
homicidio, pues implica que un hombre da la muerte a otro. En efecto, en sentido
verdadero y propio, por eutanasia se debe entender toda acción u omisión que por su naturaleza y en la
intención causa la muerte de un ser humano con el fin de evitarle sufrimientos,
bien a petición de éste bien porque otros consideran que su vida ya no merece
ser vivida ni mantenida.
La Iglesia siempre ha considerado que la
eutanasia es un mal moral, una grave violación de la ley de Dios y un atentado
a la dignidad de la persona…
Cosa distinta a la eutanasia o al
suicidio asistido es aquella acción u omisión que no causa la muerte por si
misma o por la intención, como son la
administración de calmantes, aunque puedan acortar la vida, o la renuncia
terapias desproporcionadas, que retrasan innecesariamente la muerte.
Y
los obispos de la Subcomisión Episcopal de familia y vida se han expresado en estos términos:
“No es posible entender la eutanasia y
el suicidio asistido como algo que se refiera exclusivamente a la autonomía del
individuo, ya que tales acciones implican la participación de otros, en este
caso, del personal sanitario. La eutanasia es ajena al ejercicio de la Medicina
y a las profesiones sanitarias, que siempre se rigen por el axioma de curar, al
menos aliviar y siempre acompañar y consolar….
Al defender la dignidad de toda vida
humana no vamos contra nadie; se trata de cuidar de toda vida humana hasta su final natural, por más que la eutanasia y el
suicidio asistido puedan parecer útiles a una mentalidad utilitarista, egoísta
y relativista. Se trata de respetar la vida de todo ser humano y su verdadera
dignidad. Porque la vida humana tiene su origen y destino en Dios, es digna
siempre también la de los débiles enfermos, discapacitados o ancianos” (De la
hoja parroquial del 17 de junio de 2018).
Las dificultades también pasan, y un
día se terminan
Cuentan
de un rey que no podía aliviar su pena, nadie podía hacer nada para aliviarlo.
Al
borde de
la desesperación la corte decidió enviar mensajeros por todo el reino,
prometiendo una recompensa al que fuera capaz de ayudar al rey. Llegaron
expertos de todas partes e hicieron lo posible pero sin éxito.
Al
cabo de unos días se presentó en la puerta de palacio un anciano vestido con
ropa de trabajo y dijo
-
Soy granjero y
estudioso de la naturaleza. He venido ayudar al rey.
-
El rey no
necesita ayuda de tipos como usted, le dijo despectivamente el consejero del
rey.
-
Entonces esperaré
hasta que quiera verme, respondió.
Cada
día que pasaba, el estado del rey empeoraba.
Se sentía triste e impotente y no veía fin a su sufrimiento. Finalmente cuando
prácticamente se había perdido la esperanza, el consejero dejó entrar al
anciano. Sin decir ni una palabra, el hombre se acercó al rey, le entregó un
sencillo anillo de madera y se fue. El rey miró
el anillo, leyó la inscripción que contenía y se lo puso en el dedo. Por primera vez en meses sonrió.
-
¿Qué pone, su
majestad?, preguntó el consejero.
-
Tres palabras
únicamente, dijo el rey: ESTO TAMBIÉN PASARÁ.
Cuando
te sientas infeliz, dice a ti mismo:
-
Esto también
pasará.
En
la vida no faltan penas ni sufrimientos.
Todos experimentamos alguna o muchas veces
que estamos envueltos en la tristeza, decepción, rabia… Es así la vida,
no es fácil para muchos. Hay quien se lo pasa mal, muy mal
Las
personas felices saben que muchos de los dolores son temporales y este
convencimiento les libera de su experiencia desagradable.
Por
otra parte el sufrimiento de los demás nos debe llevar a la solidaridad y a la
ayuda
para
aliviar los sufrimientos de unos y de otros.