HOJA PARROQUIAL - 11 Domingo ordinario


Palabras del Sr. Obispo Dn Casimiro



“La eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da la muerte a otro. En efecto, en sentido verdadero y propio, por eutanasia se debe entender toda acción  u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte de un ser humano con el fin de evitarle sufrimientos, bien a petición de éste bien porque otros consideran que su vida ya no merece ser vivida ni mantenida.

La Iglesia siempre ha considerado que la eutanasia es un mal moral, una grave violación de la ley de Dios y un atentado a la dignidad de la persona…

Cosa distinta a la eutanasia o al suicidio asistido es aquella acción u omisión que no causa la muerte por si misma o por la intención, como son la  administración de calmantes, aunque puedan acortar la vida, o la renuncia terapias desproporcionadas, que retrasan innecesariamente la muerte.



Y los obispos de la Subcomisión Episcopal de familia y vida se  han expresado en estos términos:

“No es posible entender la eutanasia y el suicidio asistido como algo que se refiera exclusivamente a la autonomía del individuo, ya que tales acciones implican la participación de otros, en este caso, del personal sanitario. La eutanasia es ajena al ejercicio de la Medicina y a las profesiones sanitarias, que siempre se rigen por el axioma de curar, al menos aliviar y siempre acompañar y consolar….

Al defender la dignidad de toda vida humana no vamos contra nadie; se trata de cuidar de toda vida  humana hasta su final  natural, por más que la eutanasia y el suicidio asistido puedan parecer útiles a una mentalidad utilitarista, egoísta y relativista. Se trata de respetar la vida de todo ser humano y su verdadera dignidad. Porque la vida humana tiene su origen y destino en Dios, es digna siempre también la de los débiles enfermos, discapacitados o ancianos” (De la hoja parroquial del 17 de  junio  de 2018).



Las dificultades también pasan, y un día se terminan



Cuentan de un rey que no podía aliviar su pena, nadie podía hacer nada para aliviarlo.

Al borde  de  la desesperación la corte decidió enviar mensajeros por todo el reino, prometiendo una recompensa al que fuera capaz de ayudar al rey. Llegaron expertos de todas partes e hicieron lo posible pero sin éxito.

Al cabo de unos días se presentó en la puerta de palacio un anciano vestido con ropa de trabajo y dijo

-         Soy granjero y estudioso de la naturaleza. He venido ayudar al rey.

-         El rey no necesita ayuda de tipos como usted, le dijo despectivamente el consejero del rey.

-         Entonces esperaré hasta que quiera verme, respondió.

Cada día  que pasaba, el estado del rey empeoraba. Se sentía triste e impotente y no veía fin a su sufrimiento. Finalmente cuando prácticamente se había perdido la esperanza, el consejero dejó entrar al anciano. Sin decir ni una palabra, el hombre se acercó al rey, le entregó un sencillo anillo de madera y se fue. El rey miró  el anillo, leyó la inscripción que contenía y se  lo puso en el dedo. Por primera vez  en meses sonrió.

-         ¿Qué pone, su majestad?, preguntó el consejero.

-         Tres palabras únicamente, dijo el rey: ESTO TAMBIÉN PASARÁ.

Cuando te sientas infeliz, dice a ti mismo:

-         Esto también pasará.



En la vida no faltan penas ni  sufrimientos. Todos experimentamos alguna o muchas veces  que estamos envueltos en la tristeza, decepción, rabia… Es así la vida, no es fácil para muchos. Hay quien se lo pasa mal, muy mal

Las personas felices saben que muchos de los dolores son temporales y este convencimiento les libera de su experiencia desagradable.

Por otra parte el sufrimiento de los demás nos debe llevar a la solidaridad y a la ayuda

para aliviar los sufrimientos de unos y de otros.