Viernes, 30 de marzo. VIERNES SANTO.


CRISTO JESÚS, cuando leo o escucho el relato de tu pasión, quedo profundamente emocionado: fuimos -y somos- demasiado crueles con quien solo hiciste el bien a tu paso por este mundo. Pero hay algo aún más fuerte que el relato evangélico de los acontecimientos: tus sentimientos en aquellas atroces y salvíficas horas de tu Pasión y Muerte. 
Pienso en tu tristeza al descubrir la vil traición de Judas, que vio tantos milagros divinos y te vendió como un esclavo. Me conmueves en Getsemaní, cuando pides a tus tres principales la limosna de la compañía en tu oración, y responden con el sueño. 
Te quedas solo, y aún más cuando "todos te abandonaron y huyeron": ¿no te sentiste profundamente fracasado? Si así responden los Doce, vendiéndote uno, negándote otro y abandonándote todos, ¿qué será de los miles que te escucharon, comieron el buen pan que multiplicaste o fueron curados? 
Luego, las humillaciones ante los desprecios de Anás, Caifás y Pilato, y el pueblo, tu pueblo, que prefiere la liberación del bandido Barrabás y pide la crucifixión para ti. Me llena de confusión cuando pienso en tus sentimientos al quedar despojado de tus vestiduras, desnudo ante tu Madre y la muchedumbre. 
Y los horrorosos tormentos de la flagelación y la crucifixión. Tus siete Palabras en la Cruz expresan tus mejores sentimientos (ante María y Juan, el Buen Ladrón), tu sed, tu perdón, tu entrega al Padre que parece ausente: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Hasta que todo quedó consumado y entregaste tu espíritu a las manos del Padre... 
Has vencido al pecado y a la muerte. ¡Gracias mi Dios y mi Señor!