Oremos



Señor Jesús, cuando más necesitan tus amigos de una palabra de aliento
apareces tú llamándoles “muchachos”, un detalle que les rejuvenece y les sabe a gloria. Además de quitarles unos años de encima les haces abrir los ojos cansados y somnolientos y poder exclamar exultantes: ¡Es el Señor!
Cuando todo aparenta un fracaso, surges tú con tu palabra oportuna, el gesto correcto, la invitación puntual y la palmadita en el alma.
¡Cuántas veces, por no querer escucharte, me sumo en el desaliento! ¡Cuántas horas vividas en el desánimo! Y todo por no volver mis ojos hacia ti y encerrarme en el silencio de mis noches.