Una vez en
tu vida, Señor Jesús, les mostraste a algunos de tus más allegados, Pedro, Juan
y Santiago, tu cara oculta, tu divinidad.
Fue después
de que les anunciaste tu pasión y resurrección, después de que les dijiste que
para seguirte había que tomar la cruz de cada día.
Fue en lo
alto de la montaña donde Dios Padre les reveló que Tú eres el hijo amado de
Dios.
Y Dios Padre
les dijo que tenían que escucharte.
“Oh Cristo,
o Verbo, Vos sois mi Señor y mi único Maestro. Hablad Señor, que os quiero
escuchar y quiero practicar vuestra palabra, porque sé que viene del cielo.
Quiero
escucharla, quiero meditarla, quiero ponerla en práctica, porque en vuestra
palabra está la vida, la alegría, la paz, y la felicidad.
Habla Señor,
que sois mi Señor, y mi Maestro.
No quiero
escuchar a nadie más”
Perdón,
Señor Jesús, porque doy mi tiempo a escuchar a muchas personas y me olvido de
que Tú eres el primero a quien debería escuchar, porque escuchándote es como
mejor me va.