La próxima semana comenzaremos el tiempo de Adviento, preparación para la Navidad.
Nosotros sabemos que el
acontecimiento que celebramos en Navidad es el hecho más importante que ha
acontecido en la historia del mundo.
Dios ha venido y se ha
quedado para siempre entre nosotros y lo ha hecho de una forma desconcertante
para nosotros.
La Navidad corre peligro. En
las ciudades las calles se llenan de luces y las tiendas exponen sus regalos
navideños. En muchas casas se colocan adornos y por Navidad las mesas suelen
estar llenas de dulces.
Pero muchos no son
conscientes de que Dios ha nacido, de que Dios está entre nosotros. En nuestras
calles todavía circulan muchos corazones rotos, corazones cerrados al amor,
vacíos de afecto, oprimidos por el egoísmo que los aleja del otro. Hay gente
sola, hay personas que se sienten juzgadas, las hay que han sufrido el
desprecio o la injusticia, también hay personas atrapadas por los placeres del
momento y son muchos, demasiados, los
que carecen de trabajo.
Así las cosas es difícil
para muchos acercarse al pesebre como
los pastores.
La Navidad no es un cuento de
niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad. Respuesta de un niño
que nace para todos, pero que se acerca con preferencia a los que casi ven que
su esperanza se la han arrebatado.
La Navidad es la revolución
de la ternura. Es una invitación a lo que en alguna ocasión nos ha invitado el
papa Francisco “a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su
presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos”.
Vivir la Navidad es pensar en
los demás, es caer en la cuenta de que en los pequeños Dios está presente.
Vivir la Navidad es reconocer el gran amor que Dios nos ha tenido a todos.